Queridos hermanos y amigos: paz y bien.
Me gustaría abrir esta carta, por así decir, y que lean todos lo que de buen grado escribo a un niño o niña que en estos días están haciendo su primera comunión. Me dirijo a ellos fundamentalmente, pero para que lo que les digo puedan también llegar a sus padres, a sus familiares, a sus catequistas, a sus profesores, a todos cuantos intervienen en el crecimiento cristiano de ese pequeño.
Querido niño o niña que en estas semanas vais a recibir por primera vez a Jesús en la Eucaristía, dejadme que os ponga estas letras escritas con cariño y gratitud.
Yo hice mi primera comunión cuando tenía ocho años. Me acompañaba mi hermana un año menor que yo y recuerdo cuando salimos temprano de casa camino de la iglesia vestidos de un modo especial, como se pedía para una fiesta grande. Días antes habíamos vestido también nuestro corazón cuando nos acercamos, también por primera vez, a recibir el perdón del Señor en el sacramento de la confesión. Éramos pequeños, pero también había cosas de las que pedir perdón a Dios. En esto nos ayudaron mucho los sacerdotes y los catequistas: no podíamos ir de cualquier modo a recibir a Jesús si hacíamos o decíamos cosas que le ofendían. Pero ¿se puede ofender a Dios? ¿Cómo? ¿En qué consiste el pecado?
Hace poco tiempo tuve que confesar a un niño que se preparaba para hacer su primera comunión. Era también su primera confesión. Yo pensaba que no sabría confesarse, o que le parecería rara la confesión y que resultaba difícil explicárselo. Pero me sorprendió. A un cierto punto de nuestro encuentro, mientras hablábamos para que hiciera bien la confesión, me dijo que él a veces no obedecía a sus padres, que se portaba mal en el colegio, y que hacía rabiar a su hermano pequeño.
Yo le dije que eso no eran pecados "contra" Dios, sino en todo caso "contra" sus padres, profesores y su hermano. Y entonces le pregunté, ¿crees que esas cosas ofenden al Señor?
Él me respondió muy digno: mira, Dios quiere a mis papás, a mis profes, incluso a mi hermano pequeño, y lo que yo hago mal con ellos, también le duele a Dios.
Entonces yo le insistí que esas cosas eran sólo "pecados" contra ellos, pero no contra Dios. Y aquel niño, como tenía interés en decirme que estaba equivocado, me puso él mismo con sus nueve años este ejemplo: si a mi hermano algún chico le pega, como yo quiero a mi hermano, aunque a mí no me peguen me duele, porque es como si me pegaran a mí.
(Debo reconocer que eso me impresionó y que veía en un niño con claridad madura eso que los adultos a veces nos cuesta reconocer como cristiana solidaridad mirando precisamente a un Dios que se hizo solidario con nosotros por amor).
Si hermosa fue la preparación para recibir a Jesús con el alma limpia, lo más guapo fue comulgar el Cuerpo del Señor. Quien más nos quiere como nuestra madre, nos dio de pequeños su leche materna y nos permitió crecer y hacernos grandes. Dios nos da como alimento ese Pan especial, Pan bendito, que es su mismo Cuerpo bajo las especies del Pan Consagrado, para que nuestra vida cristiana crezca. Tenemos que comulgar a Jesús y comulgar todo lo que Jesús ama mirando las cosas como Él las ve.
El día de la primera Comunión es un día precioso que debemos anotar y cada año festejarlo, como cuando recordamos nuestro cumpleaños. Y sobre todo no quedarnos en ese día especial, con traje especial, con regalos y felicitaciones de los que nos quieren bien. Cada domingo nos espera Jesús para celebrar con Él su día, y acercarnos al altar para volver a recibirle debidamente preparados. Ese es el mejor regalo. Que la Virgen María os ayude a comulgar a Jesús.
Recibid mi afecto y mi bendición.
Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
OVIEDO, sábado, 22 mayo 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la "Carta abierta a un niño de primera comunión" que ha enviado monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y Jaca.